“Nos atrevimos a soñar la Iglesia de Chile”

En una completa y sencilla carta, el superior de los Benedictinos en Chile sintetizó lo que fue la Asamblea Eclesial Nacional, no sólo desde sus contenidos, sino desde la vivencia y experiencia de fe que significó para sus participantes. En ella podemos encontrar los anhelos y desafíos que marcarán el caminar de nuestra Iglesia chilena en los próximos años.

 

 

Monasterio Benedictino de la Santísima Trinidad

De Las Condes

 

Sobre la II AEN

(12 – 15 de junio de 2013)

 

Algunas consideraciones generales…

Los participantes éramos más de 500, de todo Chile, de distintas realidades de la Iglesia. El gran porcentaje lo constituían los obispos con sus delegaciones diocesanas (cerca de 445 personas), y los demás nos distribuíamos entre: peritos y teólogos (16), representantes de CONFERRE (5), provinciales de vida consagrada (15), representantes de movimientos ( 31), asociaciones de piedad popular 6), rectores de universidades católicas (11), expertos en pastoral universitaria (8), formadores de seminarios (5), directores de colegios o coordinadores del área de educación (15), representantes de comunidades no católicas (5), políticos jóvenes (6), jóvenes líderes (6), personas vinculadas al arte (5).

Lo primero fue “subirnos a la barca”, es decir, lograr encontrarnos cómodos unos con otros, había que vencer ciertas resistencias para adaptarse, para acoger la metodología que se iba proponiendo, los ritmos y tiempos.  Buena parte de la primera jornada fue la desinstalación. El segundo día ya todo comenzó a fluir con más naturalidad, las celebraciones litúrgicas, los trabajos en grupo, los encuentros en torno a la mesa, una mayor sintonía con los animadores. Aparecía con más claridad un sentido, un hilo conductor, también una orientación. El tercer día creo que todos nos sentíamos realmente a gusto en lo que estábamos participando, había una percepción general de que la Asamblea se estaba constituyendo en algo importante. Terminamos este día con una certeza: más allá de los temas y los papeles que íbamos llenando, el gran acontecimiento era la misma Asamblea, esto era lo que nos llevábamos. Nunca me habían calado tan hondo las palabras de Juan Pablo II al inicio del tercer milenio: el anhelo de una Iglesia que sea casa y escuela de comunión. Es esto lo que vivimos, y tocamos, los tres días y medio que duró este encuentro, entre todos los que tuvimos el privilegio de estar ahí: obispos, sacerdotes, consagrados, laicos, hombres y mujeres, de todo Chile, de distintas procedencias sociales, culturales, eclesiales.

Y el hilo conductor fue la palabra de Dios, el texto de Mt 14, 22-33. Todo estaba articulado en torno a este texto, al que volvíamos una y otra vez. Si comenzamos el primer día haciendo el esfuerzo para subirnos todos a la barca, que representaba a esta Asamblea, terminamos el último día con una profesión de fe, que selló el encuentro, con una Eucaristía de resonancias pascuales.

 

Una mirada escrutadora de la realidad y de los signos de los tiempos

Lo primero que hicimos fue volver la mirada a la realidad del mundo e intentar reconocer los principales signos que caracterizan esta hora de nuestra historia. Después de un trabajo de grupos, con el tiempo que corría, se llegó a un largo elenco de signos. Pero esta lista de signos tomados de la realidad fue luego decantada para llegar a identificar, más allá de los signos, lo que la realidad nos está comunicando a través de ellos. Y así la escucha de los signos decantó en unos “principios inspiradores” que nos daban algo así como una clave de interpretación:

1)      Una crisis de fe y una búsqueda de sentido.

2)      Malestar social y sectores que se sienten excluidos.

3)      Una necesidad de renovación de la Iglesia.

4)      Un cambio cultural.

5)      Un anhelo de familia.

6)      Cuidado de la creación.

Se intentó luego, siempre en los grupos, hacer una lectura de estos seis “principios inspiradores” que surgen desde la contemplación de la realidad, y hacer un discernimiento para descubrir a lo que el Señor nos llama en el hoy de nuestra historia, como Iglesia.

 

Con la mirada en la realidad y tomando por guía el evangelio, nos atrevimos a soñar la Iglesia de Chile…

Nos atrevimos a ponernos en camino hacia Jesús, como Pedro que, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua. Este caminar hacia Jesús, sobre las aguas de la realidad del mundo que juntos pudimos discernir, se tradujo finalmente en la elaboración en común de  una lista de anhelos y sueños, para nuestra Iglesia de hoy y de mañana:

Una Iglesia que escucha y dialoga, que sale al encuentro, que acoge y se vincula.

Una Iglesia servidora de los pobres.

Una Iglesia que recupera la dimensión comunitaria – comunión.

Una Iglesia que se abre a la cultura actual.

Una Iglesia que denuncia el pecado social.

Una Iglesia que se involucra en la realidad que viven los excluidos.

Una Iglesia que vive la fraternidad.

Una Iglesia en permanente conversión.

Una Iglesia que vive la alegría pascual.

Una Iglesia que anuncia con el testimonio de vida de sus miembros.

Una Iglesia sencilla.

Una Iglesia que cuida y se preocupa de sus miembros, como una gran familia.

Una Iglesia valiente, audaz, creativa, innovadora.

Una Iglesia que anuncia.

Una Iglesia que denuncia y renuncia al poder.

Una Iglesia que vive la diversidad como una riqueza.

Una Iglesia misericordiosa.

Una Iglesia transparente.

Una Iglesia coherente con lo que proclama.

Una Iglesia que sabe trabajar en equipo, con relaciones horizontales.

Una Iglesia que sale de sí misma, abierta de corazón y de mente.

Una Iglesia que acompaña a las familias, en todas sus etapas.

Una Iglesia que acoge la diversidad de todas las situaciones familiares.

Una Iglesia que muestra la belleza y la alegría de ser una familia.

Una Iglesia que anuncia la creación como un don de Dios para toda la humanidad.

Una Iglesia que denuncia la injusta distribución en el uso de los bienes creados.

Una Iglesia sensible a la cosmovisión de los pueblos originarios de nuestro país.

 

Pero no basta con enunciar los sueños para que se hagan realidad: un llamado a la conversión

Para que estos anhelos no se queden en meros enunciados y se traduzcan en opciones concretas, necesitamos una profunda conversión eclesial, comunitaria y personal. Se hizo el ejercicio de proponer también acciones concretas, pero no las señalo aquí pues, si bien se entregaron a los obispos para su discernimiento, el tiempo era demasiado breve para que estas acciones propuestas sean realmente relevantes. Pero sí, con gran lucidez, pudimos acoger la necesidad de convertirnos, e identificar caminos de conversión necesarios para no hundirnos al ver la violencia del viento. Y aquí Jesús nos tendió una mano, en la persona del P. Eduardo Pérez – Cotapos, SSCC, que con una palabra amable, lúcida, profundamente evangélica, nos dio una orientación para trabajar personal y comunitariamente la conversión. A continuación sintetizo los principales puntos de esta reflexión:

 

a)      Algunas consideraciones preliminares

Volver la mirada a Dios

Cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar, se enferma. Somos llamados a una misión: esta es la más permanente llamada a la conversión.

No tengamos miedo de presentar el misterio de la bondad-ternura de Dios. No tengamos miedo de tener misericordia-compasión con nosotros mismos, con nuestro mundo, con nuestra Iglesia. Tomar conciencia que compartimos la condición humana, incluso en el pecado. Podemos aprender a ser testigos del evangelio desde la debilidad.

La Iglesia es un misterio de comunión, y está llamada a ser en medio del mundo un signo de comunión. En nuestra Iglesia debemos crecer en generar estructuras de co-responsabilidad.

La alegría que nace de la fe, de este don inmerecidamente recibido. ¿Cómo vivimos desde esta alegría?

 

b)     Un llamado a la conversión, iluminado desde distintos ángulos:

Revitalizar nuestra experiencia de fe.

Cómo podemos contribuir para que nuestras estructuras eclesiales se impregnen de un anhelo por anunciar, por la transmisión de la fe. Una “conversión pastoral” de nuestras comunidades: ¿cómo vivimos nuestras estructuras eclesiales? ¿cómo las hacemos más flexibles y transparentes? ¿cómo nos relacionamos con el poder, cómo ejercemos el poder? ¿cómo usamos el dinero en la Iglesia? El poder es servicio, “dichosos serán si lo practican”.

El indicador de cómo vive la Iglesia el evangelio es la manera como acoge y respeta a los débiles y frágiles. Cómo quisiéramos una Iglesia compasiva y misericordiosa.

¿Cómo fortalecer la experiencia comunitaria en todos los niveles? Ser creyente sin una comunidad es difícil.

 

Nos animamos a identificar de manera más concreta ese llamado a la conversión

La reflexión del P. Eduardo Pérez – Cotapos nos ayudó a tomar conciencia de que es en esta Iglesia que peregrina en Chile donde somos llamados a convertirnos para dar así espacio a los sueños.  Nosotros tenemos que asumir esa responsabilidad, en algo tenemos que cambiar, convertirnos, ponernos en camino. Este fue el discernimiento que hicimos juntos el día viernes, el tercero de la jornada. Desde este discernimiento comunitario pudimos elaborar los siguientes puntos de conversión que nos provocan a todos:

 

Para los laicos no comprometidos

1)      Romper con el individualismo

2)      Que cultiven una formación integral: cristiana, humana y social.

3)      Tomar una mayor conciencia de la propia dignidad bautismal.

4)      No tener miedo de dar un testimonio coherente de su fe, ante el mundo, y hacerlo con audacia y valentía.

5)      Un cambio de mirada: menos demandante y más dispuesta a entregar y servir desde la fe.

 

Para los miembros de la vida consagrada

6)      Una mayor cercanía con los laicos, dejando actitudes y formas que reflejan un cierto clericalismo.

7)      Una actitud de misericordia y apoyo con quienes abandonan la vida consagrada.

8)      Que la figura del fundador no opaque la centralidad de Jesucristo.

9)      Una mayor inserción en la vida pastoral de la diócesis.

10)  Testimoniar la alegría de ser consagrado.

 

Para los agentes pastorales laicos

11)  Abandonar cualquier actitud de poder, derivada del cargo, y asumir con humildad una actitud de servicio.

12)  Disponibilidad para enriquecer su formación permanente, humana y cristiana.

13)  Mayor empatía con las personas a las cuales se sirve, en la acogida y escucha.

14)  Servir desde una experiencia de encuentro con Jesucristo, personal y comunitaria.

15)  Crecer en un sentido de corresponsabilidad con otros servicios pastorales.

16)  Transparencia en el servicio pastoral.

 

Para los ministros ordenados (obispos, sacerdotes, diáconos)

17)  Cuidar y cultivar la formación inicial y permanente: humana, espiritual, social.

18)  Vivir la autoridad como un servicio de comunión, favoreciendo la corresponsabilidad y el trabajo en equipo.

19)  Ser más pastores que administradores.

20)  Entender el ministerio ordenado con un sentido comunitario, como parte del Pueblo de Dios.

21)  Vivir el ministerio con más cercanía, sencillez, misericordia y acogida a todos, al estilo de Jesús.

22)  Que la palabra y  el testimonio de la vida de los ministros ordenados  transmita la alegría de ser portadores de una Buena Noticia: la persona de Jesucristo.

 

A modo de conclusión personal: lo que  recibí y deseo comunicar de esta II AEN

Viví una fuerte experiencia de comunión eclesial: obispos, sacerdotes, consagrados, laicos. Descubrir que a todos nos une algo que es mucho más importante que cualquier diferencia: la pasión por la persona de Jesucristo.  Y esto lo vivimos y celebramos en cada jornada: en la belleza de la oración en común, en el compartir las comidas, en el asombro y la alegría de innumerables encuentros personales, en la riqueza de  escucharnos y compartir lo que cada uno traía en su corazón. Regreso de esta Asamblea con el corazón lleno de alegría por haberme experimentado parte de una gran familia: la Iglesia de Chile.

Pude tomar más  consciencia de las necesidades y clamores  de nuestra sociedad de hoy.

Pude reconocer e identificarme con los mismos sueños para nuestra Iglesia que compartimos entre todos los participantes.  Estos sueños los escribimos y entraron ya a formar parte de nuestra memoria, como principios inspiradores para esa carta de navegación que nos vaya marcando el rumbo hacia ese ideal común que nos convocó a todos durante esos tres días y medio: la de ser discípulos y misioneros de Jesucristo…

También vuelvo con algo muy concreto: una fuerte llamada  a la conversión, personal y comunitaria. Porque entre los sueños y su realización, está la conversión de nuestros corazones y de nuestras estructuras comunitarias. Para que así podamos  anunciar, de una manera más convincente, que verdaderamente Jesús es el hijo de Dios.

Junto con esta alegría que traigo en el corazón después de participar en esta II AEN, lo que en definitiva deseo transmitir a mis hermanos de comunidad es un mensaje de esperanza, porque pude ver y tocar una realidad sorprendente: que nuestra Iglesia de Chile es verdaderamente una iglesia peregrina, porque está en camino, animada por el Espíritu Santo que inspira en cada uno de sus miembros el ideal de tomar por guía el evangelio

+Benito Rodríguez, OSB

Monje benedictino