¡Dos nuevos Santos para la Iglesia!

El 27 de abril fuimos testigos de un hecho inédito. El Papa Francisco canonizó, por primera vez en la historia, a dos Papas: Juan XXIII y Juan Pablo II. ¡Qué alegría! la Iglesia Católica tiene dos nuevos Santos. ¡Los papas del siglo XX!

 

 

  • ¿Por qué es Santo Juan XXIII?

Juan XXIII fue electo Papa el 28 de octubre de 1958. Su pontificado inició los procesos de renovación en la Iglesia. Él reveló desde el inicio un estilo nuevo, que exprimía la personalidad humana y sacerdotal del Pontífice, construida a través de una serie de significativas experiencias. Restableció el funcionamiento de los organismos curiales y se preocupó por dar una impronta pastoral a su ministerio. Multiplicó su contacto con los fieles gracias a las visitas parroquiales, hospitales y cárceles. El 25 de enero de 1959 anunció el Concilio Vaticano II, es decir,  exponer la doctrina tradicional, pero adaptándola a la sensibilidad moderna. Juan XXIII invitaba a privilegiar la misericordia y el diálogo con el mundo antes que condenar y oponerse. Es a partir de ese constante deseo de hacer crecer la Fe que se empeñó en favorecer la participación activa de los laicos en la liturgia y manifestó siempre una gran sensibilidad ecuménica.

Su vida de fe se expresó en distintas formas: el culto eucarístico en sus diferentes manifestaciones como la visita y la adoración al Santísimo Sacramento, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, la devoción a la Santísima Virgen mediante el rezo del Rosario y la visita a tantos santuarios, la veneración de los santos, la oración por los difuntos y las peregrinaciones.

  • ¿Por qué es Santo Juan Pablo II?

Juan Pablo II era un “hombre de oración”. La Eucaristía constituía el centro de su vida. Su fe profunda y la confianza en la ayuda divina en los eventos críticos de la vida, como también el total abandono en la ayuda materna de la Virgen María, se manifestaban con particular fuerza en los momentos de oscuridad, como, por ejemplo, después del trágico atentado de 1981 o durante la dura prueba del avance de la enfermedad que padecía. Juan Pablo II agradecía siempre y atribuía a Dios los méritos por todo don recibido.

En los numerosos sufrimientos morales y durante la enfermedad física anunció el precioso valor salvífico del sufrimiento humano unido al misterio de la Cruz de Cristo. Sostuvo el anhelo de libertad de los pueblos oprimidos por los diversos regímenes y totalitarismos, afirmando la dignidad inviolable de todo ser humano. Promovió y vigorizó el diálogo ecuménico, buscando la unidad y la paz en la viva esperanza de una futura plena comunión con los hermanos separados. Un signo extraordinario de su esperanza fue la confianza que depositó en los jóvenes, esperanza de la Iglesia del mañana: “¡No tengáis miedo! ¡Abrid de par en par las puertas a Cristo!”.

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